HISTORIA DE LA IGLESIA A TRAVÉS DE SUS PROTAGONISTAS

Conocido también como el Gran Cisma de Occidente, el Cisma de Avignon es el período de la historia de la Iglesia en que hasta tres papas se disputaron la autoridad pontificia. Ello ocurrió entre los años 1378 y el 1417, debido principalmente a los conflictos existentes entonces entre Roma y los reyes de Francia e Inglaterra.

El Papa Clemente V, francés, asistió en noviembre del 1305 a la coronación de Felipe el Hermoso en Lyon, Francia. Allí el rey francés pidió la ayuda del Papa para resolver las diferencias que existían entre Francia e Inglaterra. En aquel entonces los Estados Pontificios estaban agitados y no eran seguros, por lo cual el Papa Clemente V optó por residir en el sur de Francia, sin acercarse a Roma. Avignon era una ciudad tranquila y con buenas comunicaciones, motivo por el cual esta ciudad fue la elegida como residencia papal.

En 1377 el Papa Gregorio XI regresó a Roma después de que Catalina de Siena le escribiera una carta pidiéndole su regreso. Pero con su vuelta a Roma provocó la ira de los franceses. Después de su muerte en 1378, el cónclave eligió al italiano Urbano VI como Papa, quien era muy severo, inmoderado e imprudente. Catalina de Siena le envió también una carta regañándole para que se reformara, pero él continuó su papado hasta el 1389, cuando murió envenenado.

Varios cardenales franceses habían regresado a Avignon en el 1378, donde eligieron a Clemente VIII como Papa alegando que la elección de Urbano VI había sido inválida. Entonces la Iglesia tenía dos Papas al mismo tiempo, uno francés residiendo en Avignon y el otro italiano que vivía en Roma. Ambos se excomulgaron mutuamente. Los católicos se preguntaban cuál era el verdadero Papa.

En 1409, cuando Gregorio XII era el Papa en Roma y Benito XIII en Avignon, se convocó un Concilio en Pisa, Italia, para definir un único Papa. Pero la elección de Alejandro V como tercer papa empeoró la situación. Fue hasta el Concilio de Constanza (1414-1418) cuando se resolvió el dilema de los tres papas. Gregorio XIII abdicó, Juan XXIII renunció y a Benedicto XIII le destronaron en Avignon. Entonces se eligió un Papa legítimo, Martín V, quien restableció la unidad papal.

Es importante resaltar que el Papa Juan XXIII tenía el mismo nombre que el del Papa del Concilio Vaticano II quien, al tomar este nombre demostró decididamente la invalidez del papado del primer Juan XXIII.

Iñigo López de Recalde, conocido como San Ignacio de Loyola, nació en Loyola, España, en el año 1491. Su primera dedicación fue en los servicios armados del ejército español, siguiendo la tradición familiar. Pero tras resultar gravemente herido en 1521 en la defensa de Pamplona contra los franceses, cambió por completo de orientación, y la lectura de libros piadosos durante su convalecencia le hizo decidirse a consagrarse a la religión.

Se retiró inicialmente a hacer penitencia y oración L Monasterio De la Virgen de Montserrat cerca de Barcelona, donde empezó a elaborar el método ascético de los Ejercicios Espirituales. Luego peregrinó a los Santos Lugares y a su regreso a España comenzó a estudiar en las universidades de Alcalá de Henares y Salamanca, trasladándose después a la Universidad de París.

Las primeras actividades de San Ignacio de Loyola difundiendo el método de los Ejercicios Espirituales le hicieron sospechoso de heterodoxia, de gran similitud con la secta de los alumbrados. Debido a ello fue procesado en 1524 en Castilla; se le prohibió la predicación y hubo de interrumpir sus estudios.

En cambio en París, donde se graduó como maestro en Artes, San Ignacio consiguió reunir un grupo de seis compañeros a los que comunicó sus ideas y con los que sembró el germen de la Compañía de Jesús, haciendo juntos votos de pobreza y de apostolado. Con este objetivo se ofrecieron al Papa Pablo III, quien les ordenó sacerdotes en el año 1537.

En los años siguientes se dedicaron al apostolado, la enseñanza, el cuidado de enfermos y la definición de una nueva orden religiosa, la Compañía de Jesús, cuyos estatutos aprobó el Papa en 1540. San Ignacio de Loyola, cuyo fervor y energía inspiraban al grupo, fue elegido por unanimidad Superior General de la Orden Jesuita, puesto que mantuvo hasta su fallecimiento en 1556, contando con 65 años de edad.

La Compañía de Jesús, cuyos miembros son comúnmente conocidos como jesuitas, es una orden religiosa de la Iglesia católica fundada en 1540 por San Ignacio de Loyola, junto con San Francisco Javier, el Beato Pedro Fabro, Diego Laínez, Alfonso Salmerón, Nicolás de Bobadilla, Simão Rodrigues, Juan Coduri, Pascasio Broët y Claudio Jayo en la ciudad de Roma, siendo aprobada por el Papa Pablo III en 1540. Con 17.637 miembros en enero de 2012, sacerdotes, estudiantes y hermanos, es la mayor orden religiosa masculina católica hoy en día. Su actividad se extiende a los campos educativo, social, intelectual, misionero y de medios de comunicación católicos. El actual pontífice Francisco, el argentino Jorge Mario Bergoglio, es el primer Papa perteneciente a la Compañía de Jesús.

La Compañía de Jesús (SJ) es una orden religiosa de carácter apostólico y sacerdotal, aunque la conforman también Hermanos, es decir, religiosos no sacerdotes y que no son monjes. Está ligada al Papa por un vínculo especial de amor y servicio; su finalidad, según la Fórmula del Instituto, documento fundacional de la Orden de 1540, es la salvación y perfección de los prójimos. En términos de Derecho Canónico, la SJ es una asociación de hombres aprobada por la autoridad de la Iglesia, en la que sus miembros, según su propio derecho, emiten votos religiosos públicos y tienden en sus vidas hacia la perfección evangélica.

El término Reforma se ha convertido en sinónimo de ruptura en la Iglesia de Occidente. Se considera como fecha del nacimiento de la Reforma el 31 de octubre de 1517, pero en realidad lo que ocurrió ese día es el final de un camino que comenzó mucho tiempo antes.

Martín Lutero nació en 1483 en la región alemana de Sajonia, y a los 22 años de edad tuvo una fuerte emoción por el miedo a morir y condenarse, con lo cual decidió a entrar a formar parte de los ermitaños de San Agustín, pero con ello no encontró paz en su alma. Lutero pensaba que el hombre no se salva por sus esfuerzos, sino que Dios le hace justo sólo mediante su gracia. O lo que es lo mismo, el hombre sigue siendo pecador pero, en su desesperación, Dios viene a salvarle. Al meditar en esta conclusión, Lutero encontró entonces, en base a esta justificación, la alegría y la paz.

Con el paso del tiempo Lutero se sintió indignado por una serie de actos de la Iglesia de aquella época, como es el caso de la simonía y de la venta de indulgencias. Por ello procedió a clavar en la puerta de la iglesia de Wittenberg, Alemania, las 95 tesis que había redactado en contra de dichos errores.

Aunque Lutero se mostró muy moderado en su ataque al papado y no pensaba romper con Roma, sus tesis tuvieron gran impacto en Alemania. Entonces Lutero fue acusado ante la corte de Roma y, aunque le insistieron de que se retractara de sus afirmaciones, la postura de Lutero se endureció y en 1519 dijo: “Estoy a punto de no dudar que el Papa sea el Anticristo”.

En 1520, por medio de la bula pontificia Exurge Domine, la Iglesia condenó las proposiciones de Lutero. Pero en lugar de arrepentirse, Lutero quemó solemnemente la bula papal y en 1521 fue excomulgado. Al final fue desterrado del Imperio y tuvo que esconderse.

Pero su actitud había encendido la mecha reformista, y por ello se formaron diversas iglesias luteranas, dando posteriormente paso a las distintas iglesias protestantes.

La Reforma Católica o Contrarreforma fue la respuesta a la reforma protestante de Martín Lutero, que había debilitado a la Iglesia. El objetivo de la Contrarreforma no era otro mas que la renovación de la Iglesia y el evitar el avance de las doctrinas protestantes.

Para ello el Papa Pablo III convocó el Concilio de Trento en 1545, el cual finalizó en 1563. En dicho Concilio se aprobaron una serie de decretos doctrinales con respecto a los dogmas, la disciplina, el papado y las órdenes religiosas, creándose además seminarios en muchas diócesis. Este Concilio de Trento desaprobó totalmente las reformas de Lutero y las de otros protestantes, principalmente la justificación por la fe proclamada por Lutero.

Y el Papa Pío V se hizo eco de las conclusiones del Concilio de Trento al impulsar la devoción popular, combatiendo al mismo tiempo el protestantismo y castigando cualquier herejía. Este Papa era un dominico de fe sólida y férrea disciplina que protegió a los pobres creando hospitales y escuelas. Pero decidió aplicar la Inquisición para prevenir el aumento de herejes.

El término inquisición hace referencia a varias instituciones dedicadas a la supresión de la herejía y de actos catalogados como brujería. Fue fundada en 1184 en la baja Edad Medieval en la zona del Languedoc, en el sur de Francia, para combatir la herejía de los cátaros o albigenses. En 1249 se implantó también en el Reino de Aragón, y al unirse Aragón y Castilla, fue conocida con el nombre de Inquisición Española. Aunque estaba bajo control directo de la monarquía española, se extendió también a América después del descubrimiento del continente americano.

Desde su primera etapa hasta 1230 se denominaba oficialmente Inquisición Episcopal porque era administrada por los obispos locales. Pero en 1231 el Papa Gregorio IX creó la Inquisición Pontificia dirigida directamente por el Papa y dominada especialmente por los dominicos.

En la Corona de Castilla se implantó en 1478 por bula del Papa Sixto IV con la finalidad de combatir las prácticas judaizantes, principalmente las de los judíos conversos de Sevilla, nombrándose para ello a Tomás de Torquemada como Inquisidor General.

Los religiosos dominicos únicamente podían enjuiciar a los sospechosos de cualquier tipo de herejía o de brujería, pero era el brazo secular, las autoridades civiles, quienes ejecutaban las sentencias.

Pero desde la Contrarreforma surgió una ola de misticismo que proponía la meditación y el rezo personal, lo cual dio figuras como Teresa de Jesús y Juan de la Cruz. También impulsó el rezo de Rosario que en 1208 la Virgen María había confiado a Santo Domingo de Guzmán.

Pero…. ¿qué ocurrió con estos místicos?

La mística designa un tipo de experiencia muy difícil de alcanzar en que se llega al grado máximo de unión entre el alma humana y lo sagrado durante la existencia terrenal.

Según la teología, la mística se diferencia de la ascética en que ésta ejercita el espíritu hacia la perfección mediante dos vías o métodos, la purgativa y la iluminativa, mientras que la mística añade a un alma perfeccionada por la gracia o por el ejercicio ascético la experiencia de la unión directa y momentánea con Dios, mediante un tipo de experiencias denominadas visiones o éxtasis místicos.

El misticismo está generalmente relacionado con la santidad y puede ir acompañado de manifestaciones físicas sobrenaturales como, por ejemplo, los estigmas, la bilocación o la percepción extrasensorial.

La mística española se desarrolló principalmente en Castilla, Andalucía y Cataluña. Brotó fuertemente en el siglo XVI, aunque existen los precedentes medievales del catalán Raimon Llull, conocido como Raimundo Lulio.

La característica más acusada de la mística española es su carácter ecléctico, o sea, que está compuesta de elementos y estilos de carácter diverso.

Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz son dos de los más destacados y conocidos místicos del siglo XVI.

Teresa de Cepeda y Ahumada, más conocida por el nombre de Santa Teresa de Jesús, nació en Ávila, España, el 28 de marzo de 1515 y falleció en Alba de Tormes el 4 de octubre de 1582 a los 67 años de edad.

Teresa transmitió con espontaneidad su experiencia personal. Ya siendo religiosa, durante más de veinte años de estéril oración en lo que podríamos denominar acedia o sequedad espiritual, y coincidiendo con enfermedades por los que padeció tremendos sufrimientos, a partir de los 41 años de edad tuvo fuertes y vivas experiencias místicas, a lo que sus confesores calificaron como imaginarias e incluso como obra del demonio. Pero Teresa confió siempre en el origen divino tales experiencias místicas debido a la paz interior que recibía después de cada experiencia mística.

La inquisición vigiló muy de cerca sus escritos, temiendo encontrar textos que incitaran a seguir la Reforma protestante iniciada ya en Europa.

Muchos de sus textos están autocensurados, temiendo ella misma dicha vigilancia. Sus manuscritos Meditaciones sobre el Cantar de los Cantares fueron quemados por ella misma por orden de su confesor, en una época en que estaba prohibida la difusión de las Sagradas Escrituras en romance. La experiencia vivida y transmitida por Teresa en todos sus escritos se basa en la oración como el modo por excelencia de relación y comunicación con Dios.

Fue tal la experiencia mística de Santa Teresa de Ávila que en uno de sus escritos dijo: “De ver a Cristo me quedó impresionada su grandísima hermosura y la tengo hoy en día; porque para esto basta una sola vez, cuantimás tantas como el Señor me hace esta merced”. Teresa de Ávila fue la fundadora de las Carmelitas Descalzas, rama de la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo. Después de su muerte, Teresa fue reconocida por la Iglesia como Doctora y mística.

En el año 1562 Santa Teresa de Jesús fundó el primer convento de Carmelitas Descalzas, el Convento de San José, en la ciudad de Ávila. La regla de dicha Orden buscaba retornar a la vida centrada en Dios con toda sencillez y pobreza, como la de los primeros eremitas del Monte Carmelo que seguían el ejemplo del Profeta Elías.

En conjunto con San Juan de la Cruz hicieron la reforma de la inicial Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo, lo que dio origen también a la fundación de la Orden de los Carmelitas Descalzos.

Esta Orden se divide en tres ramas: frailes (Primera Orden), monjas contemplativas (Segunda Orden) y hermanos seglares (Tercera Orden). Hay también dos monasterios de ermitaños de la misma Orden, el de San José de Las Batuecas y el de San José de Rigada, ambas en España.

Juan de Yepes Álvarez, a quien todos conocen como San Juan de la Cruz, nació en Fontiveros, cerca de Ávila, el 24 de junio de 1542. Fue el tercero y último hijo de una familia pobre y trabajadora.

En su infancia Juan cayó accidentalmente en un pozo en cuyas aguas flotó hasta que alguien le echó una cuerda que él mismo pedía a gritos. Al salir del pozo Juan dijo que la Virgen María le había sostenido sobre el agua. Este hecho no sólo marcó su vida para siempre, sino que además toda su vida gozaría de una especial protección de la Virgen.

A los veintiún años de edad Juan tomó el hábito con los Carmelitas con el nombre de Juan de Santo Matías. Destacó por tener una mente penetrante mientras estudiaba Teología siendo ya religioso y por ello le nombraron Prefecto de los estudiantes, pero él sólo soñaba con la soledad y en las austeridades de la Orden del Carmelo.

A los 25 años de edad conoció a Santa Teresa de Jesús, quien vio en él a la persona providencial destinada a hacer aplicar los planes de la Reforma de la Orden Carmelita que Teresa ya había empezado a realizar. Juan también acababa de encontrar su camino y convino a ello poniendo una sola condición: “Que no se tarde mucho”.

Desde entonces revistió el nuevo hábito de los Carmelitas Descalzos confeccionado por la propia Santa Teresa. Según se dice, el propio Señor le preguntó qué tipo de pago le gustaría recibir por todos sus trabajos, y Juan respondió: “Señor, sufrir y ser despreciado por vuestra causa”. Se le daría cumplido gusto a su petición.

En efecto, una noche fue aprehendido y encadenado por algunos Carmelitas que consideraban excesiva la dureza de la nueva Regla de la Orden impuesta por Juan. Pero impasible, él escribió durante su encierro el Cántico espiritual. A los sietes meses de cautiverio, en 1580, logró evadirse y en este preciso momento supo que el Papa Gregorio XIII, en atención a los alegatos de Santa Teresa de Ávila, acababa de concederles la creación de Provincia autónoma a los Carmelitas Descalzos.

Habiendo fallecido en 1582 Santa Teresa después de haber establecido la Reforma de la Orden en 17 conventos de mujeres y otros 15 de hombres, Juan de San Matías quedaba solo para llevar el peso de la obra que había de mantener y desarrollar. En lo sucesivo se le llamó San Juan de la Cruz, título que justificaban las pruebas pasadas, pero que habría de merecer aún más al aceptar numerosas cargas.

Al final, y debido a las intrigas internas, Juan fue despojado de todo cargo en la Orden y relegado al Monasterio de Peñuela. Fue un retiro forzado que él aprovechó para profundizar en su experiencia mística hasta terminar su vida en 1591, con 49 años de edad, agotado y lleno de abscesos y úlceras, pero siempre en un diálogo ininterrumpido con Dios.

En aquel año se cumplía el centenario del descubrimiento de América y varias órdenes religiosas, tanto españolas como de otros países europeos, estaban trabajando en la evangelización del nuevo continente, así como en otras áreas geográficas, mientras aún vivían Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz. Hubo grandes personalidades que dentro de estas misiones que viajaron a los lugares recién descubiertos.

Pero… ¿Quiénes fueron y cómo se llevó a cabo dicho trabajo evangelizador?

Mientras que gran parte de Europa experimentaba aún inquietud e inestabilidad, también brotó un nuevo entusiasmo cuando se descubrieron nuevas fronteras. Los descubrimientos en otras partes del mundo, especialmente en el continente americano, expandieron el colonialismo español, portugués, inglés y francés.

La Iglesia venció los problemas internos e iba a tierras de misiones. Misioneros jesuitas, franciscanos y dominicos marcharon con las distintas expediciones. Los misioneros dejaron su marca en el suroeste de los Estados Unidos cuando nombraron lugares como Los Ángeles, Santa Bárbara, San Diego, Sacramento, San Juan, Santa Fe y muchos otros; un testimonio de la influencia del catolicismo.

A los pueblos fundados por misioneros de diversas congregaciones y con población mayoritariamente indígena durante la época colonial en América, se les llamó pueblos de misión, que es en donde los misioneros se establecían y trataban de atraer a los indígenas a la religión católica. Pero lo mismo ocurría en el oriente asiático y en el Japón.

Los jesuitas estaban entre los primeros que habían sido enviados a los nuevos mundos de Asia y América, encontrando allí sacerdotes zen budistas luego de su arribo al Japón, e identificando la semejanza de sus funciones los misioneros católicos hicieron de inmediato sotanas de tela de color naranja, el color que identificaba a los sacerdotes zen.

En Asia el proceso de adaptación y asimilación fue esencial para el éxito de las misiones, y en dicho proceso intervino de forma importante San Francisco Javier. Pero la misión en Asia floreció y languideció rápidamente. Había fallado el gran experimento católico de la misión enculturada. En la actualidad Japón y China están entre las naciones menos tocadas por la fe cristiana, pero los mundos nuevos de los siglos XVI y XVII iban a ser profundamente afectados por el esfuerzo misionero.

Francisco de Javier nació en el Castillo de Javier, en el Reino de Navarra, España, el 7 de abril de 1506. Fue un religioso y misionero miembro del grupo precursor de la Compañía de Jesús, y estrecho colaborador de su fundador, San Ignacio de Loyola.

Su niñez estuvo marcada por los hechos históricos que llevaron al Reino de Navarra a la pérdida de su independencia, y su familia estuvo muy involucrada en esos hechos. Estas circunstancias fueron las que impulsaron a Francisco a entrar en la vida religiosa.

Francisco Javier, motivado por la obra misionera de los jesuitas, viajó inicialmente a Japón, donde escuchó algunos relatos acerca de la gran cultura y civilización chinas, por lo cual emprendió el viaje hasta las costas de China, pero nunca llegó a iniciar su labor misionera en aquel país debido a que le sobrevino la muerte en 1552 en la Isla de Sanchón, en China. Pero San Francisco Javier había dejado el estímulo del desarrollo misionero en el oriente asiático y en el Japón entre sus hermanos de la Orden Jesuita, y por ello recibió el título de Apóstol de las Indias.

Normalmente los conquistadores iban acompañados por sacerdotes seculares. Los primeros misioneros del Nuevo Mundo fueron primeramente los miembros de las antiguas órdenes religiosas: agustinos, carmelitas, mercedarios y, sobre todo, los franciscanos y dominicos.

Solidarios con los conquistadores y los mercaderes en los navíos en que llegaban, los misioneros tuvieron que enfrentarse rápidamente a los graves problemas de la conquista y la colonización. Los españoles se repartieron las tierras y las poblaciones bajo el sistema denominado de encomiendas, lo que llevaba a una esclavitud disimulada de la población indígena. Hasta que en 1511 el dominico Montesinos protestó con un sermón contra la explotación de las comunidades autóctonas, provocando gran irritación de los colonos. Las Leyes de Burgos en 1512 mantienen el sistema de encomienda, pero piden que los indígenas sean tratados como hombres libres, y que los señores se preocupen por su vida cristiana.

Las cosas no cambiaron mucho, pero la lucha por la justicia a favor de los indígenas fue seguida por un colono, Fray Bartolomé de las Casas (1474-1566). Él también había explotado a los indígenas, pero se convirtió en 1514, se hizo dominico y dedicó toda su existencia a hacer que el Rey suprimiera la encomienda y a procurar experiencias de evangelización pacífica, lo cual se denominó la Vera Paz. Por su intervención el Papa Pablo III afirmó en 1537 que los indígenas son hombres libres, y que hay que convertirlos mediante la mansedumbre. Y por su insistencia, el Rey Carlos V suprimió el sistema de encomiendas.

Nombrado Fray Bartolomé como Obispo de Chiapas en 1545, chocó con la hostilidad de los colonos y regresó definitivamente a España en 1547.

El siglo XVII es la época de la consolidación colonial de España en América, y también el siglo en que empieza a desarrollarse la fundación de misiones en todo el continente. Durante ese período se fundan misiones en territorios agrícolas sin riquezas minerales, las cuales era prácticamente desechados por los conquistadores.

Pero el siglo XVIII representó el apogeo de la obra misionera en América. Diversas congregaciones misioneras, tales cono los franciscanos mallorquines en California o los capuchinos catalanes en la provincia de Nueva Barcelona en Venezuela, fundaron establecimientos misioneros que dieron pie a la aparición de ciudades que fueron creciendo y prosperando gracias a la implantación de nuevas tecnologías, como la de la metalurgia del hierro gracias al establecimiento de las forjas catalanas, de las que aún quedan restos a lo largo del Camino Real de California, el cual unió 21 pueblos de misión establecidos en el actual Estado de California, bastante antes de la Independencia de los Estados Unidos.

Varias han sido las órdenes y los miembros de ellas que han destacado en su labor misionera en ambos siglos, las cuales detallaremos a continuación.